jueves, 5 de noviembre de 2009

* LA HUMILDAD, VIRTUD CARDINAL DEL CRISTIANO *

El verdadero significado de la humildad nos lo muestra el Evangelio con el ejemplo y la enseñanza de Cristo como se mostró el ideal perfecto de la humildad. La virtud de la humildad cristiana lleva doble dirección : una hacia el superior, otra hacia el igual e inferior. La primera es inseparable del verdadero sentimiento religioso. Su verdadero y único requisito es la fe viva y la convicción de que uno trata con un Dios personal. Si el hombre, dejándose llevar de ideas panteístas, se cree y considera en algún modo como parte o manifestación de la divinidad, está falto de lo esencial de la humildad. Pues la humildad es, ante todo, la virtud de saber ocupar el puesto de criatura, es la actitud de la criatura frente al absoluto dominio de Dios. Por otro lado, la humildad del superior frente al inferior, el inclinarse del grande llevado de su propio peso. Esto fue lo que Dios mismo hizo en Cristo. La humildad cristiana es la "imitación interior, espiritual, del gran gesto de Cristo Dios que, renunciando a su grandeza y majestad, viene hacia los hombres para hacerse, libre y alegremente, esclavo de sus criaturas".

La humildad no se enumera generalmente entre las virtudes cardinales. Con todo, ha sido considerada siempre en el cristianismo como virtud fundamental, como la base de todo el edificio espiritual. Su papel no es, como el de las cuatro virtudes cardinales ordinarias, regular una sola actividad del alma ; su papel es más vasto: le toca regular todas las facultades y energías del hombre, o sea someterlas a Dios creador y dispensador de la gracia. La humildad es la respuesta o actitud del hombre ante la inmerecida y divina elección que Dios hizo de él para hacerlo hijo suyo en Cristo.

La humildad predispone a recibir la gracia y la verdad de Cristo Jesús. Tanta será la gracia y la verdad que Cristo nos comunique, cuanto sea el sitio que en nuestro corazón ocupe la humildad. La humildad de pensamiento para su atención en el verdadero lugar que le corresponde al hombre frente al Dios santísimo, y aun en sus relaciones con sus semejantes procura no salirse de dicho lugar. Así pues, lo que la humildad exige en primer lugar es la seria confrontación con Dios.
El humilde no se detiene a considerar con fruición los progresos alcanzados, si es que los hay. Al comprobarlo advertirá que sólo por la gracia de Dios ha podido realizarlos y que, por tanto, todo bien es atribuible sólo a Dios, y que de sí mismo sólo puede sacar el mal, el pecado, la insuficiencia para aprovechar mejor los dones de Dios.


La humildad es la verdad, puesto que el humilde se compara con el modelo, con la santidad, mientras que el orgulloso se compara con los miserables, con la caricatura.
El humilde mira siempre hacia arriba, hacia la santidad de Dios, para rebajarse siempre, y así sube proporcionalmente. Es el pensamiento de san AGUSTÍN: "Hay algo en la humildad que por manera maravillosa eleva el corazón, y algo en la altivez que lo abate. Parecerían cosas contrarias el que la altivez abata y la humildad eleve. Mas la pía humildad sujeta al superior a Dios, y por eso la humildad eleva, puesto que somete a Dios"


El humilde consigue contemplar la hermosura y grandeza íntimas de las verdades divinas, al paso que al orgulloso se le oscurece toda verdad que no traiga ventajas para el engrandecimiento de su propio yo. "Te alabo, oh Padre, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos"

La humildad es condición indispensable para el verdadero conocimiento propio, para el dolor y la penitencia. Sólo el humilde soporta el verdadero conocimiento de su propia culpabilidad.

La humildad abre el corazón al amor desinteresado a Dios y al prójimo. "La humildad de corazón consiste en renunciar al amor interesado de sí mismo, para servir a un amor superior"

"No hay camino más excelente que el del amor, pero por él sólo pueden transitar los humildes".

El humilde renuncia gustoso a todo honor humano, pues no sale de su asombro al ver cómo Dios lo ha elevado tanto a él, tan indigno. El peor enemigo de la humildad es la soberbia, que se caracteriza por el embrutecimiento ante los valores y por un carácter hostil a la virtud.

Por amor de Cristo y siguiendo sus ejemplos, se alegra de las humillaciones y rechaza aún los honores merecidos, cuando por tal medio puede procurar la gloria de Dios. Así como Cristo estaba sujeto a los hombres, el humilde se somete voluntariamente a la autoridad humana del Estado, y sobre todo a la de la Iglesia.

Por tanto, los grados de la humildad corresponden exactamente a los del amor.